Sus incontables agujeros daban vía libre a la imaginación de cualquier niño. Entonces, cuando nuestra obligación principal era pasarlo bien, la roca y sus agujeros se transformaban en un mundo de inabarcables posibilidades.
No sabría decir si tenía más masa que hoyos, pero en cualquier caso su considerable tamaño le otorgaba el suficiente peso como para que fuese imposible moverla. Eso formaba parte del juego. Uno no podía saber qué había debajo y mirar a través del final de los surcos, esconder pequeños tesoros, o simular un paisaje extraterrestre se convertía en una aventura excitante y llena de imprevistos.
De día la roca era un territorio árido, las hormigas eran sus principales huéspedes. Pero de noche, en verano, unas lucecitas minúsculas la hacían resplandecer.
Las luciérnagas se ocupaban de ello.
Yo quería una luciérnaga, pensaba que eran hombrecillos diminutos que vivían en un mundo en el que los problemas de los mayores no tenían cabida.
Y yo sabía que los mayores tenían problemas.
La rocalla, es una piedra caliza, en la que, por la acción de la erosión se han creado esos agujeros característicos. Se recolecta principalmente en la comarca de Guadalajara conocida como La Alcarria.
Qué casualidad, me acabo de enterar de este dato y resulta que mi segundo apellido es Alcarria y estoy segura que no fue mi madre la que la puso ahí...
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