Y por fin se marchó.
Siempre había dicho que su intención era volver cuando llegase el momento de retirarse. Que querría pasar sus últimos años allí de dónde vino. Que nunca antes de que sus hijos fuesen mayores de edad, los pequeños. El mayor, cansado de dar tumbos por estas lindes, ya había vuelto. Ahora, como cuando se vinieron, los dos están allí. Y aquí se han quedado los demás, no tienen que volver porque nunca se fueron.

Más de un cuarto de siglo viviendo, y bastante menos conviviendo, con esa Espada de Damocles. Hasta en sus gestos más cotidianos podía sentir que aquello era efímero, que en cualquier momento y sin previo aviso se iba a marchar, hasta ahora nunca tan lejos, pero no hace falta cruzar el océano para dejar de estar. Aunque fuese más fácil que volviera.
Y volvía....
"Para volver y volver, como has vuelto mil veces. Para decir que te vas y al final te arrepientes.... no digas más que te marchas para volver a volver"
¿De tanto usarla?.
Ahora ya hay algo real que curar, ya no son amenazas.
Ya no hay temor, ya no hay reproches.
HELENA!
ResponderEliminarHe vuelto!
Me encuentro la casa con nueva decoración y con muchísimas cosas que leer.
Me iré poniendo al día y te comento.
Gracias por tus palabras.
Un fuerte abrazo.
Bienvenida de nuevo Cristina!
EliminarOjalá sea para quedarte, ya sabes... mi casa es tu casa.
Un beso
Me ha gustado mucho este escrito, es muy claro. Es verdad que esa especie de fantasmas, cuando las relaciones son fuertes, atascan los comportamientos y sentimientos, nos estancan, nos anulan, hasta que aparece lo "real", que aclara los dolores, los amores, las pasiones, y por fin pueden dejarse fluir con intensidad, porque ya podemos participar, tomar decisiones, manejarlos de acuerdo a lo que sentimos y queremos.
EliminarPues sí Merce cariño no se puede vivir con el "ay!" en el corazón, no deberíamos permitírnoslo...
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