Me contaba que de niña acompañaba a su abuelo al monte; que el sendero por el que caminaban tenía un manto de guijarros y que ella se entretenía en encontrar aquellos que tuvieran forma de golondrina.
Se quedó huérfana de padre cuando solo tenía siete años y su madre decidió dejar el pueblo para buscar en la cuidad un futuro mejor para ella y sus dos hermanos menores. Ella llegó después, se quedó con el abuelo hasta que éste murió y apenas cumplidos los nueve la montaron en un autobús de línea con sus señas colgadas al cuello....
Cuando llegó a la ciudad, vestida con su traje de domingo y peinada con dos hermosas y densas trenzas, no encontró a nadie que la esperase.
Su carita de miedo con esos dos enormes luceros abiertos de par en par llamó la atención de una joven pareja. Gracias a ellos llegó a su casa... Yo lloraba desconsoladamente cuando me lo contaba.
Nunca me explicó porqué no la fueron a recibir, creo que ella tampoco preguntó.
Eran los tiempos convulsos de la postguerra.
Se casó con el menor de siete hermanos de una familia de la burguesía intelectual de entonces, tuvo tres hijos y cuatro nietos. Jamás olvidó sus orígenes.
Ella...la más bella. No sé si fue feliz, quizás hubiera sido mejor que olvidase.