Cuando el verano tenía tres meses, tres meses de manga corta, de casadeveraneo, de levantarse tardísimo, de inventarse juegos en el jardín, de piscina, de playa, de ver a papá regar sus plantas: el plátano, los lírios... Cuando aún se veían las luciérnagas... cuando lo único importante era la hora para quedar con los amigos. Entonces.
Mi habitación estaba pintada de verde muy clarito, un verde antiguo, el techo blanco, blanco antiguo... dos camas de estructura de hierro, con cabezal de barrotes, altas, casi me colgaban los pies cuando me sentaba en ellas...
Medio dormida me levanté al baño, el baño azul, el baño de mis padres y por lo tanto mi baño. Tenía una ventanuca desde la que, con mi tamaño de niña, solo alcanzaba a ver el cielo, un cielo velado por la imprescindible mosquitera. Era casi de día, esa hora en la que la luna y el sol se relevan compartiendo durante pocos minutos ese trocito de cielo, como dos amantes que se resisten a volverse a separar....

Ahí de pié, descalza y adormilada, a través de esa ventanuca, viví mi primer amanecer. Se acababa la noche pero aún no era de día, creo recordar algún piar muy muy dulce, o redondo o cálido o dulceredondoycálido....
Un suspiro de placer, una emoción alegre, una sensación de inmensa felicidad, de incluso agradecimiento...
Me volví a mi viejaaltacamadehierro, no necesitaba encender ninguna luz pero podía contiunuar durmiendo, mañanahoy seguía siendo verano.