Ayer tuve la enorme suerte y el gran privilegio de vivir una noche mágica...y sí insisto, má-gi-ca porque como por arte de magia se juntaron en ochenta metros cuadrados mi pasado, mi presente y quizás -eso nunca se sabe- mi futuro.
Un año más celebramos el cumpleaños de un queridísimo y antiquísimo amigo y como todos los otros años, al menos los últimos que soy capaz de recordar, nos obsequió abriéndonos las puertas de su casa y acogiéndonos con todo su cariño y generosidad.
Aunque uno piense que ya sabe con lo que se va a encontrar siempre hay alguna guinda que lo hace diferente y sin duda para mí este año ha sido la guinda y el pastel.
Imaginaros que os invitan a una fiesta en la que creéis que vais a coincidir mayoritariamente con aquellos amigos con los que has compartido tantos otros eventos, acontecimientos, celebraciones e incluso la mayor parte de lo que construye tu presente... bien no? buen plan, estaremos en familia...
Igual lo que en principio lo hace algo diferente es que llegas a la casa acompañado de alguien que, en un formato todavía a determinar, puede formar parte de tu futuro.
Pues bien si a esto le añadimos que al cruzar la puerta te encuentras con un pedazo fundamental e imprescindible de tu pasado, pero de tu pasado pasado... de tu pasado anterior al pasado de tu presente... qué? impresiona o no?... a mí me impresionó y me emocionó y os diría que no recuerdo ninguna otra ocasión en la que me haya sentido tan yo.
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