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5 de junio de 2012

Amanecer

Cuando el verano tenía tres meses, tres meses de manga corta, de casadeveraneo, de levantarse tardísimo, de inventarse juegos en el jardín, de piscina, de playa, de ver a papá regar sus plantas: el plátano, los lírios... Cuando aún se veían las luciérnagas... cuando lo único importante era la hora para quedar con los amigos. Entonces.

Mi habitación estaba pintada de verde muy clarito, un verde antiguo, el techo blanco, blanco antiguo... dos camas de estructura de hierro, con cabezal de barrotes, altas, casi me colgaban los pies cuando me sentaba en ellas...

Medio dormida me levanté al baño, el baño azul, el baño de mis padres y por lo tanto mi baño. Tenía una ventanuca desde la que, con mi tamaño de niña, solo alcanzaba a ver el cielo, un cielo velado por la imprescindible mosquitera. Era casi de día, esa hora en la que la luna y el sol se relevan compartiendo durante pocos minutos ese trocito de cielo, como dos amantes que se resisten a volverse a separar....
Ahí de pié, descalza y adormilada, a través de esa ventanuca, viví mi primer amanecer. Se acababa la noche pero aún no era de día, creo recordar algún piar muy muy dulce, o redondo o cálido o dulceredondoycálido....
Un suspiro de placer, una emoción alegre, una sensación de inmensa felicidad, de incluso agradecimiento...
Me volví a mi viejaaltacamadehierro, no necesitaba encender ninguna luz pero podía contiunuar durmiendo, mañanahoy seguía siendo verano.

6 comentarios:

  1. Que bonito recuerdo.... ¡yo quiero uno así! :)

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  2. No me decías que no tenías recuerdos, niña?
    Yo recuerdo los veranos de amor con una prima, siempre una prima, de la que sólo me gustaba su pie.
    Debía de ser porque no me atrevía a más, pero su pie era cálido, caliente, quemante, hirviente,...
    También recuerdo los higos y los nísperos, y también las avellanas.
    Me recuerdo hecho un ovillo amando a quienes no podía ni me dejaban.
    Escuela de vida, amores no posibles, amaneceres de orgasmos sin propósito, sudores de juventud, borracheras de joven, 24 h. de ping-pong, piscinas de madrugada,...
    Lo dejo: creo que mis recuerdos deben descansar en el cobijo de mi corazón. Por lo menos hoy.

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  3. Ay, qué recuerdos! Me has transportado, mi querida Elenita, a mi primer amanecer, que fue muy planificado, con mi querida prima, en un pequeño y estrecho balcón, de la esquina de La Diagonal con el Passeig de Sant Joan. Era una noche especial, como todas las que, en aquella época, nos quedábamos a dormir, en una casa u otra, noches de contarse muchos secretos, y de dormir poco. Yo debía tener 9 o 10 años, y recuerdo que esa noche se me hizo larga, viendo pasar las horas en la incomodidad del suelo frío del balcón, la humedad de la madrugada, el sueño contenido. Y mientras esperaba llegar mi primer amanecer de noche en vela, recuerdo que mi visión se deformaba en figuras de luces y colores, hasta que (¡por fin!) se hizo de día. No fue un amanecer especialmente bonito (cuántos de mejores y más espectaculares he visto desde entonces!). Ese fue lento, duro y costoso, como todo buen ritual, y yo lo sostuve paciente y disciplinadamente, porque el objetivo (ahora descubro) no era en realidad el amanecer, sino crecer, sentirnos un poco menos niñas.

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    1. Todos deberíamos poder recordar nuestro primer amanecer, ese regalo mágico que marca un principio y un final, y no solo de la noche y el día...

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