Unos enormes ventanales dejaban entrar la luz del exterior y desde ellos se podía contemplar el tránsito de viandantes y vehículos de una de las avenidas más concurridas y emblemáticas de la ciudad. Era inevitable convivir con el ruido de los motores de turismos y autobuses que la cruzaban a todas horas, sin descanso, por sus dos vías laterales y las seis centrales. No se es consciente del sonido de una gran ciudad mientras se está inmerso en él...

En la esquina contraria a la balconada, estaba el rincón de juego presenciado por una preciosa mesa diseñada especialmente para este fin y que se cubría del clásico tapete verde para no rallar el barnizado del sobre en las habituales partidas de dominó. Acompañando el conjunto, una cálida lámpara de pié y dos confortables sillones en los que los pequeños esperábamos el desenlace mientras tratábamos de entender el idioma de los puntos.
Los fines de semana papá instalado en su butaca, con el periódico reposando en su regazo, disfrutaba de la del carnero...
A comeeer! llamaba mamá...
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