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27 de febrero de 2011

La Biblioteca

Unos enormes ventanales dejaban entrar la luz del exterior y desde ellos se podía contemplar el tránsito de viandantes y vehículos de una de las avenidas más concurridas y emblemáticas de la ciudad. Era inevitable convivir con el ruido de los motores de turismos y autobuses que la cruzaban a todas horas, sin descanso, por sus dos vías laterales y las seis centrales. No se es consciente del sonido de una gran ciudad mientras se está inmerso en él...
La estancia, de no menos de cincuenta metros cuadrados, estaba revestida de unas espléndidas estanterías de caoba de estilo inglés que acogían, con cierto orden desordenado, cientos de libros, muchos de ellos francamente antiguos. Uno se podía pasar un buen rato investigando el contenido de esas páginas, impregnándose del olor que sólo tienen los libros viejos...
Frente a las ventanas, el tresillo, lugar de lectura o de charla...
En la esquina contraria a la balconada, estaba el rincón de juego presenciado por una preciosa mesa diseñada especialmente para este fin y que se cubría del clásico tapete verde para no rallar el barnizado del sobre en las habituales partidas de dominó. Acompañando el conjunto, una cálida lámpara de pié y dos confortables sillones en los que los pequeños esperábamos el desenlace mientras tratábamos de entender el idioma de los puntos.

Los fines de semana papá instalado en su butaca, con el periódico reposando en su regazo, disfrutaba de la del carnero...
A comeeer! llamaba mamá...

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