No soporto el pimiento crudo.
En otras reflexiones ya he comentado mi gusto por la comida. Creo estar en disposición de definirme como muy poco maniática al respecto. Tanto me gusta un buen puchero como un plato de diseño. Me gustan incluso los caracoles y las ancas de rana, pero con el pimiento crudo no puedo.
Si aparece en mi plato por sorpresa no puedo evitar apartarlo sistemática y ordenadamente hacia el borde, acumulando una montañita roja o verde que en si, colorísticamente hablando, resulta de lo más alegre.
Lo bueno es que acostumbra a haber algún comensal cercano que lo va haciendo desaparecer con aquello de:
¿No te lo vas a comer?
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